‘Resistiendas’: el pequeño comercio que sobrevive a la crisis y al alza de precios

Apenas quedan unos pocos establecimientos ‘de los de toda la vida’ en nuestras ciudades y los pequeños comercios han descendido de casi un millón registrados en 2008 a apenas 500.000 en la actualidad.

‘Resistienda’: dícese del pequeño comercio, la ‘tienda de toda la vida’, que se resiste a cerrar contra viento y marea y sigue abierta en medio de un panorama comercial dominado por las grandes cadenas, los centros comerciales, las franquicias y la compra on line. Antes de la crisis del 2008 en España había más de un millón de pequeños comercios. Hoy en día apenas llegan a los 500.000 según las más recientes cifras del INE. “Somos los últimos de Filipinas”, dice gráficamente Guillermo, empleado de Mantequería Bermejo Hermanos, en la calle Zaragoza de Madrid, justo al lado de la Plaza Mayor, y fundada a finales del siglo XIX, precisamente cuando España estaba a punto de perder sus últimas colonias.

Los autónomos del comercio minorista sumaban 501.932 en julio de este año 2022. Un descenso del 1,5% con respecto al año anterior o 7.584 trabajadores por cuenta propia menos. Según la EPA el número de empleados en el pequeño comercio, que supone el 4,5% del PIB nacional, es de 1.085.000 personas. “Yo creo que no somos medio millón en toda España”, considera Alberto Pavón, que regenta una carnicería en el madrileño barrio de Retiro.

El término ‘resistienda’, que tan bien las define, lo ha inventado el pamplonés Paco Roda, que ha escrito y publicado un libro sobre cerca de medio centenar de pequeñas tiendas de siempre que se resiten a morir en el casco viejo de la capital navarra, donde en la última década han cerrado más de 700 comercios. “Son tiendas y personas que apuestan por seguir afrontando un tiempo inclemente que se lleva por delante al comercio de cercanía. Y quizá nos descubre la poesía que hay en la compra lenta y sosegada. Es ese comercio que pelea con el presente con la fuerza del pasado. Una resistienda, en fin”, dice Roda, “es ante todo un gesto de amor por ese negocio que te niegas a abandonar y también un gesto de solidaridad entre una clientela fiel y un servicio de calidad que solo se ofrece en lugares como estos”.

“Nosotros es lo que ofrecemos. Calidad, un trato cercano, personal… Y también precio porque si no te ajustas está claro que no puedes competir, pero es evidente que nosotros ofrecemos otras cosas que los clientes no pueden encontrar en grandes establecimientos. Eso sí, a precios no podemos igualarles”, cuenta uno de los empleados de Camisería el Castillo. Un ‘rara avis’ en medio de la zona cero del turismo en Madrid, en plena calle Mayor, junto al mercado de San Miguel, y rodeado de franquicias, tiendas de souvenirs… “Y es que de aquí han desaparecido hasta lo bares de siempre... Todo es para el turista. Mucho colorido, muy aséptico, pero sin esencia”. No en vano, Camisería el Castillo lleva instalada en el mismo lugar desde 1931 y son ya cuatro generaciones de la misma familia que la continúan regentando. “Aquí hemos vestido, y lo seguimos haciendo, a abuelos, padres, hijos y nietos de una misma familia. Mantener un negocio de este tipo en los tiempos que corren es complicado, pero aquí seguimos, contra viento y marea y dando un servicio y vendiendo una serie de artículos y prendas, camisas, americanas, pantalones, trajes, corbatas… que nuestros clientes no encuentran en otro lugar”.

La escalada de precios de la electricidad, el carburante y las materias primas del último año ha supuesto otro duro golpe en la línea de flotación del pequeño comercio por si el cambio en los hábitos de consumo o la generalización de la compra online no hubiera sido ya bastante varapalo. “Mi oferta de compra online”, dice con sorna, y a la vez con orgullo, el carnicero del barrio de Retiro, “es que aquí todavía se fía. Y cuando pasa Antonio o Carmen, por hablar de dos clientes habituales, y se llevan un kilo de filetes o de alitas, me dicen: ‘apúntamelo Alberto, que mañana te pago o lo hago cuando cobre a principio de mes’. En el pequeño comercio de barrio también hacemos una labor social. Y ayudamos a hacer barrio, a vertebrar la ciudad”.

Por ello, Alberto Pavón pide que “tiene que haber ayudas al pequeño comercio, para que no desaparezcamos, porque si no los barrios se quedarán sin vida”. Y entonces, tras decir esto, se revuelve: “En el fondo no queremos ayudas, queremos que nos dejen trabajar y que no nos frían a impuestos o que en tiempos de dificultad como los que vivimos nos den facilidades para pagarlos, que se modere el precio de la electricidad…” Y es que “para poder sacar adelante un pequeño negocio hay que trabajar casi las 24 horas” del día. “Yo me levanto todos los días a las 5 de la mañana para ir a Mercamadrid, traigo el género, lo despiezo yo mismo aquí, abro la carnicería, ofrezco a mis clientes un producto de calidad y, eso sí, no puedo competir en precio con la carne envasada de una gran superficie, pero ofrezco a mis clientes otra cosa. Y cuando cierro y llego a casa son las once de la noche. Y seis horas después tengo que levantarme a trabajar. Esto es muy esclavo y por eso, los pequeños negocios, cuando nos jubilemos quienes los llevamos se cierran y se cerrarán porque las nuevas generaciones no están dispuestas a semejante sacrificio”.

Camisería El Castillo
Camisería El Castillo, una de las ‘resistiendas’ de España. 

Y es que en los próximos años se jubilarán cerca de 500.000 autónomos del comercio y la hostelería, según alerta la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos (UPTA). Una ‘reconversión natural’ que puede dar al traste con un modelo de negocio tremendamente popular en España hasta hace unas décadas, cuando las tiendas de barrio estaban en cada esquina de nuestros pueblos y ciudades.

Más de un siglo, 130 años, lleva junto a la plaza Mayor de Madrid la Mantequería Bermejo Hermanos. Ya cuando entras en ella te das cuenta de que uno se encuentra en un establecimiento ‘de otro tiempo’. Abigarrado del suelo al techo y lleno de dulces, vinos, aceites, legumbres (aquí se sirven desde los típicos sacos de toda la vida), magdalenas de las monjas Clarisas de Valladolid, rosquillas de Alcalá, palmeritas de Morata de Tajuña, barquillos y bartolos, pan de Tarancón, alubias de Tolosa, verdinas asturianas, judiones de La Granja y del Barco de Ávila, garbanzos pedrosillanos, mazapanes de Toledo, nueces… “Nos mantenemos porque trabajamos solo producto nacional y con obradores tradicionales artesanos. Las monjitas que nos hacen las magdalenas, obradores de Sevilla, de Alicante, de Valencia, de Cuenca, de Segovia… La gente busca artículos españoles, artesanos. Y la legumbre. Toda la legumbre que tenemos es también nacional. Somos lo que ahora se llama una tienda gourmet, pero de toda la vida, del siglo XIX”, comenta con una sonrisa.

No en vano el actual dueño del local, Pablo Bermejo, es “biznieto del fundador de la casa en el siglo XIX”. Y “tenemos clientela de hace muchos años. De siempre, del barrio, pero también de paso. A nosotros nos conocen por la calidad de nuestros productos. Aquí no hay nada industrial, solo artesano”, sentencia Guillermo, que lleva “muchos años” trabajando en esta mantequería. “Y que siga. Aquí hay trabajo para todos, el dueño es joven y con ganas de seguir adelante... Por eso es una pena que cierren cada vez más comercios tradicionales”.

Mantequería Bermejo
Escaparate de la Mantequería Bermejo. 

Pero, “ahí enfrente había una pescadería, más allá una tienda de telas, una zapatería, enfrente una panadería con obrador…”, comenta con tristeza uno de los dependientes de Camisería el Castillo. Hoy en día donde antes estaban esas tiendas de toda la vida hay una caja de envíos de dinero internacional, un local de una cadena de heladerías, dos restaurantes de las dos cadenas de hamburgueserías más famosas del mundo, un supermercado de una gran cadena francesa… Julia, una señora ya octogenaria, “nacida en el barrio, justo tras la guerra civil” dice, sin embargo, “antes salía de casa y ahí enfrente tenía una pescadería. Ahora tengo que andar más de 700 metros para ir al mercado a comprar una pescadilla. A mí eso de la compra por internet se me queda muy lejos. No sé manejarlo. Y ya no existen casi las tiendas en las que antes comprábamos”. Quedan algunas ‘resistiendas’. El pequeño comercio que se niega a cerrar. No hay compra online, pero todavía se fía.

Fuente: lainformacion

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